Tras la retirada de las fuerzas internacionales, la ofensiva del Talibán y la difícil transición política, los niños afganos y sus familias vivieron momentos críticos. Un tercio de los hogares se vieron amenazados por explosivos cercanos a sus inmediaciones y a los desplazados internos se sumaron millones de personas que abandonaron o regresaron a Afganistán durante el mismo período.
Los servicios públicos se contrajeron al mismo tiempo que la respuesta humanitaria, dependiente de los movimientos transfronterizos y la fluidez de los sistemas financieros. Las escuelas secundarias cerraron para las niñas y los profesores dejaron de recibir sus sueldos. Una violenta sequía afectó a las comunidades rurales, a lo que se sumó un severo clima invernal y brotes de enfermedades como la diarrea, en medio del Covid-19. Las clínicas cerraron y los hospitales colapsaron.
UNICEF tuvo que adaptarse rápidamente a este duro contexto, logrando llegar a más de 4 millones de personas, incluidos 3.180.003 niños y niñas.